Cuando no puedo evitar vibrar. Por dentro y por fuera. Cuando convierto el grito en poesía. Le doy la forma de la palabra. No existen las suficientes palabras en el mundo. Cuando se extiende ante mí la planicie elegida. El camino y el horizonte como límite. El horizonte, que se aleja y aleja. Y yo camino y camino. Cuando el mundo se convierte en una losa. Y resulta tan difícil ver el sol entre las nubes. Y sigo vibrando. Con el aire, con el olor a hierba. Cuando el viento se convierte en el futuro.
El futuro que se convierte en primavera, primavera, primavera.
Y miro. Y callo.
Llego a la ciudad de las almas. Y nadie sale a recibirme. Viajera de la primavera.
Que pasa en un suspiro y no levanta la cabeza.
¿Para qué permitir que las imágenes vuelen, si siempre golpean el techo?
Me recogeré en mi lecho de tierra. De estrellas en el cielo. De cráteres olvidados.
Me recogeré en la esencia de las cosas. En el más allá de las cosas.
Me recogeré para no expandirme más y no recoger mis trozos después. Fragilidad no aprendida ni asumida.
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