jueves, 4 de abril de 2013

Sigo poniéndole palabras a Labrys

Sigo escribiendo. A veces poco, porque aunque sé lo que quiero decir, no sé cómo decirlo y no quiero perderme en una historia de aventuras sin  más. Quiero a una mujer que sea una heroína por sí misma. Una luchadora.  Quiero construir un universo nuevo, desde mis palabras y mi imaginación. Y es difícil, pero me gusta este reto.

 

 Carátula de labrys

Prólogo Naná

-¡Naná!- El grito recorrió el bosque y llegó a oídos de la niña, que intentaba por todos los medios no hacer ruido para que la descubrieran. Aguardó, aunque sabía que aquella voz no admitía esperas.
- ¡Naná! ¡La cena está lista!.-
La niña escuchó más voces llamando a sus amigos.
-¡Oriestes!¡A cenar!.-
-¡Candela! ¡La cena se te va a enfríar!.- Poco a poco, pequeñas figuras fueron saliendo de sus escondites, removiendo los arbustos, bajando súbitamente de los árboles. Naná se había refugiado en el hueco del tronco de un árbol seco y caído hacía muchos años.
-¡Has perdido, Candela!.- Los niños se dirigieron corriendo por la senda en dirección al pueblo.
-¡Mañana seguiremos jugando!- Naná intentaba sobrepasar a sus amigos corriendo y corriendo, riendo y saltando.
-¡Mañana!¡Mañana!- Canturreaban los gemelos Aran y Eran, mientras se restregaban las narices con las mangas de sus camisas raídas.
Naná fue sacándoles la lengua a sus amigos a medida que iban entrando en sus casas. La suya era la última, la más resguardada y la más segura de todo el pueblo.
El hombre avivaba el fuego en la chimenea con un palo.
- Naná, siempre tengo que llamarte. Sabes que tienes prohibido estar en el bosque tan tarde.
La niña se secaba las manos con un trozo de tela.
-Pero Romel, ¡Iba ganando! Erlan nunca es capaz de encontrarme aunque le esté haciendo burla delante de sus narices.
El hombre colocó el puchero directamente encima de la mesa y sirvió el plato de la niña con sus grandes manazas.
- Un día será un orco, o un ogro, o algo peor quien te encuentre y acabarás siendo servida en un puchero como éste. -
La niña comió rápido, intentando aplicarse en las normas de educación que Romel le enseñaba.
Una señorita no puede sorber la sopa haciendo ruido, ni comer con la boca abierta, ni darle vueltas a la carne entre las manos como si fuera un trozo de bosta. estas cosas se las repetía contínuamente. Has de comer como si comieras en compañía de reyes, damas y caballeros. Y la niña reía.
- Nunca he visto a ningún rey, ni a caballeros, ni siquiera a un soldado.
El hombre sonreía.
- Eso no quiere decir que no tengas que estar preparada para vivir en un gran castillo. A la niña no le gustaban esos comentarios.
- no me llevarás a servir a uno ¿verdad? – La angustia de la niña enternecía al hombretón, al que el paso de los años trabajando como leñador y el tiempo que había estado cuidando de aquella niña estaba empezando a ablandarse.
- Si sigues cumpliendo con tus tareas y no pasas tanto tiempo en el bosque, a lo mejor no tienes que ir. –El hombre apretó los labios en un gesto de seriedad.
La niña asintió.
_No quiero ser la sirvienta de una noble estirada.- La niña comía los trozos de queso que el hombre iba cortando cuidadosamente y colocando en su plato.
- Si nunca has visto a ninguna ¿cómo sabes que son estiradas?
-Porque me contaron que a los nobles de niños no los dejan jugar, ni correr por los bosques. Que siempre tienen que sentarse muy tiesos para comer, y que es una falta de educación el que se note que tienes hambre, aunque sus tripas rujan como leones. Me lo contó Orn.
-Orn debería dedicarse a ser un buen herrero dándole al martillo y no tanto a la lengua. – Anotó mentalmente que tendría que hablar con aquel hombre, para prohibirle hablar así de los nobles. No soportaba a los soldados que no respetaban a sus superiores.
La niña recogió los platos, a duras penas llegaba a la mesa, los limpió y se acostó, mientras Romel revolvía los rescoldos de la chimenea. La niña se acostó en su jergón y se tapó con su vieja manta. El hombre se la colocó y le revolvió el pelo.

- Que la Diosa proteja tu sueño. Que las magas te enseñen los colores de la vida. Que las hadas te cuenten historias alegres para dormir. Que las oscuridad no ahogue tu luz. Que duermas en paz, Naná. – El hombre colocó la palma de la mano en la frente de la niña. Y se dirigió a su jergón.
- Romel.-
- Duerme Naná, mañana tienes que ayudarme con la carreta.
-Solo una pregunta y me dormiré. Los ogros y los orcos no existen ¿verdad? Son sólo cuentos para que nos durmamos y no nos perdamos en el bosque ¿Verdad?
El hombre metió la mano debajo de su jergón y buscó el tacto conocido del cuero de la empuñadura de su espada.
-Ojalá no existieran Naná. Y ahora duérmete por la Diosa, o juro que mañana mismo te llevo a la Baronía a servir.
La niña cerró los ojos, nunca había visto un troll y no quería verlo nunca.
El hombre dejó descansar su mano sobre la empuñadura.
-Ojalá no existieran, Naná- Se dijo para sí- Y ojalá fueras una campesina de verdad. El hombre suspiró. Y, Naná,- pensando mientras cerraba los ojos- mañana sabrás que, en realidad, no te llamas Naná.