jueves, 22 de enero de 2009

Silencios

Ésta poesía y la del post anterior las tenía perdidas en la libretas,borradores, hojas sueltas, pegatinas, hojas arrancadas de revistas, bibliografía garrapateada en una esquina...a boli, a lápiz, con pilot, tachao, emborronao, ininteligible, en mayúsculas... vamos las libretillas que uso para apuntar mis cosas...espero que os gusten



Silencios

Me recogí en la calidez de tu piel.

Y nuestros cuerpos se diluyeron
en los silencios quedos
del amanecer en el mar.

Llegaste como una ola.
Empujando y acariciando
Embate que no quise
ni pude
esquivar.

Acabaron tendidos nuestros cuerpos en
tu lecho.

Desnudas
recibimos al alba.


Y tu olor
tan tibio y desordenado
Aún vaga por la ciudad
Esperándome en cada esquina.

Mientras, tu esencia
camina un paso por delante de mí.

“En tu silencio habita el mío”

Alguien cantó.

Y es cierto.

Cuando sólo el silencio y el mar
fueron testigos
y juran y perjuran
que el tiempo y el espacio
se unieron para que nosotras
descansáramos juntas....

miércoles, 21 de enero de 2009

Perdona

Perdona


Perdona que no esté a tu lado
cuando el alba acaricie tu espalda desnuda.
Y me busques en tu cama.

Disculpa la manía
de no darte los buenos días nunca,
de no despertarte con un beso.

Excúsame si no te hago el desayuno
ni te lo llevo a la cama
ni le abro tu ventana al día.

Lo siento. Pero no sé hacer esas cosas.
Y me siento, pensativa.
Mi mente se rebela
porque te tengo todas las noches.
Aunque tú no lo sepas todavía.

E ignoro el lugar donde duermes.
En qué almohada descansa tu rostro
y qué manta cubre tu cuerpo.

Perdóname por no haberte encontrado.
Mientras, dejaremos que nuestros días
sigan vacíos.

Tú en tu mundo
y yo en el mío.

Seguiré escribiéndote versos como cuchillos.
No puedo hacer otra cosa.
Mis ojos no están acostumbrados a leer almas.
Y tampoco apareces en mi manual de la vida.
No existen las instrucciones adecuadas para
encontrarte.

Pero sigo aquí. Esperando a que pases y te pares.
Y conozcas mi alcoba y mi alma.
y me pidas que te lleve el desayuno a la cama.

Te presentaré mis ojos
que nunca dejarán de mirarte.

Cuando llegues, dilo, dilo alto.

Yo estaré aquí, perdida en la noche. esperándote.

miércoles, 7 de enero de 2009

Cien años de soledad

 Para aprender a escribir, primero hay que aprender a leer. Éste libro da una lección sobre el realismo mágico, ya en la primera línea engancha, porque el coronel está frente a un pelotón de fusilamiento??¿ y por qué recuerda aquella tarde?El resto lo dejo para las y los lectores....

100 años

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I

Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de
recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo. Macondo era entonces
una aldea de veinte casas de barro y cañabrava construidas a la orilla de un río de aguas diáfanas
que se precipitaban por un lecho de piedras pulidas, blancas y enormes como huevos
prehistóricos. El mundo era tan reciente, que muchas cosas carecían de nombre, y para
mencionarlas había que señalarías con el dedo. Todos los años, por el mes de marzo, una familia
de gitanos desarrapados plantaba su carpa cerca de la aldea, y con un grande alboroto de pitos y
timbales daban a conocer los nuevos inventos. Primero llevaron el imán. Un gitano corpulento, de
barba montaraz y manos de gorrión, que se presentó con el nombre de Melquiades, hizo una
truculenta demostración pública de lo que él mismo llamaba la octava maravilla de los sabios
alquimistas de Macedonia. Fue de casa en casa arrastrando dos lingotes metálicos, y todo el
mundo se espantó al ver que los calderos, las pailas, las tenazas y los anafes se caían de su sitio,
y las maderas crujían por la desesperación de los clavos y los tornillos tratando de desenclavarse,
y aun los objetos perdidos desde hacía mucho tiempo aparecían por donde más se les había
buscado, y se arrastraban en desbandada turbulenta detrás de los fierros mágicos de Melquíades.
«Las cosas, tienen vida propia -pregonaba el gitano con áspero acento-, todo es cuestión de
despertarles el ánima.» José Arcadio Buendía, cuya desaforada imaginación iba siempre más lejos
que el ingenio de la naturaleza, y aun más allá del milagro y la magia, pensó que era posible
servirse de aquella invención inútil para desentrañar el oro de la tierra. Melquíades, que era un
hombre honrado, le previno: «Para eso no sirve.» Pero José Arcadio Buendía no creía en aquel
tiempo en la honradez de los gitanos, así que cambió su mulo y una partida de chivos por los dos
lingotes imantados. Úrsula Iguarán, su mujer, que contaba con aquellos animales para ensanchar
el desmedrado patrimonio doméstico, no consiguió disuadirlo. «Muy pronto ha de sobrarnos oro
para empedrar la casa», replicó su marido. Durante varios meses se empeñó en demostrar el
acierto de sus conjeturas. Exploró palmo a palmo la región, inclusive el fondo del río, arrastrando
los dos lingotes de hierro y recitando en voz alta el conjuro de Melquíades. Lo único que logró
desenterrar fue una armadura del siglo xv con todas sus partes soldadas por un cascote de óxido,
cuyo interior tenía la resonancia hueca de un enorme calabazo lleno de piedras. Cuando José
Arcadio Buendía y los cuatro hombres de su expedición lograron desarticular la armadura,
encontraron dentro un esqueleto calcificado que llevaba colgado en el cuello un relicario de cobre
con un rizo de mujer.
En marzo volvieron los gitanos. Esta vez llevaban un catalejo y una lupa del tamaño de un
tambor, que exhibieron como el último descubrimiento de los judíos de Amsterdam. Sentaron una
gitana en un extremo de la aldea e instalaron el catalejo a la entrada de la carpa. Mediante el
pago de cinco reales, la gente se asomaba al catalejo y veía a la gitana al alcance de su mano.
«La ciencia ha eliminado las distancias», pregonaba Melquíades. «Dentro de poco, el hombre
podrá ver lo que ocurre en cualquier lugar de la tierra, sin moverse de su casa.» Un mediodía
ardiente hicieron una asombrosa demostración con la lupa gigantesca: pusieron un montón de
hierba seca en mitad de la calle y le prendieron fuego mediante la concentración de los rayos
solares. José Arcadio Buendía, que aún no acababa de consolarse por el fracaso de sus imanes,
concibió la idea de utilizar aquel invento como un arma de guerra. Melquíades, otra vez, trató de
disuadirlo. Pero terminó por aceptar los dos lingotes imantados y tres piezas de dinero colonial a
cambio de la lupa. Úrsula lloró de consternación. Aquel dinero formaba parte de un cofre de
monedas de oro que su padre había acumulado en toda una vida de privaciones, y que ella había
enterrado debajo de la cama en espera de una buena ocasión para invertirías. José Arcadio
Buendía no trató siquiera de consolarla, entregado por entero a sus experimentos tácticos con la
abnegación de un científico y aun a riesgo de su propia vida. Tratando de demostrar los efectos
de la lupa en la tropa enemiga, se expuso él mismo a la concentración de los rayos solares y
sufrió quemaduras que se convirtieron en úlceras y tardaron mucho tiempo en sanar. Ante las
protestas de su mujer, alarmada por tan peligrosa inventiva, estuvo a punto de incendiar la casa.
Pasaba largas horas en su cuarto, haciendo cálculos sobre las posibilidades estratégicas de su
arma novedosa, hasta que logró componer un manual de una asombrosa claridad didáctica y un
Cien años de soledad
Gabriel García Márquez
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poder de convicción irresistible. Lo envió a las autoridades acompañado de numerosos
testimonios sobre sus experiencias y de varios pliegos de dibujos explicativos, al cuidado de un
mensajero que atravesó la sierra, y se extravió en pantanos desmesurados, remontó ríos
tormentosos y estuvo a punto de perecer bajo el azote de las fieras, la desesperación y la peste,
antes de conseguir una ruta de enlace con las mulas del correo. A pesar de que el viaje a la
capital era en aquel tiempo poco menos que imposible, José Arcadio Buendia prometía intentarlo
tan pronto como se lo ordenara el gobierno, con el fin de hacer demostraciones prácticas de su
invento ante los poderes militares, y adiestrarlos personalmente en las complicadas artes de la
guerra solar. Durante varios años esperó la respuesta. Por último, cansado de esperar, se
lamentó ante Melquíades del fracaso de su iniciativa, y el gitano dio entonces una prueba
convincente de honradez: le devolvió los doblones a cambio de la lupa, y le dejó además unos
mapas portugueses y varios instrumentos de navegación. De su puño y letra escribió una
apretada síntesis de los estudios del monje Hermann, que dejó a su disposición para que pudiera
servirse del astrolabio, la brújula y el sextante. José Arcadio Buendía pasó los largos meses de
lluvia encerrado en un cuartito que construyó en el fondo de la casa para que nadie perturbara
sus experimentos. Habiendo abandonado por completo las obligaciones domésticas, permaneció
noches enteras en el patio vigilando el curso de los astros, y estuvo a punto de contraer una
insolación por tratar de establecer un método exacto para encontrar el mediodía. Cuando se hizo
experto en el uso y manejo de sus instrumentos, tuvo una noción del espacio que le permitió
navegar por mares incógnitos, visitar territorios deshabitados y trabar relación con seres
espléndidos, sin necesidad de abandonar su gabinete. Fue ésa la época en que adquirió el hábito
de hablar a solas, paseándose por la casa sin hacer caso de nadie, mientras Úrsula y los niños se
partían el espinazo en la huerta cuidando el plátano y la malanga, la yuca y el ñame, la ahuyama
y la berenjena. De pronto, sin ningún anuncio, su actividad febril se interrumpió y fue sustituida
por una especie de fascinación. Estuvo varios días como hechizado, repitiéndose a sí mismo en
voz baja un sartal de asombrosas conjeturas, sin dar crédito a su propio entendimiento. Por fin,
un martes de diciembre, a la hora del almuerzo, soltó de un golpe toda la carga de su tormento.
Los niños habían de recordar por el resto de su vida la augusta solemnidad con que su padre se
sentó a la cabecera de la mesa, temblando de fiebre, devastado por la prolongada vigilia y por el
encono de su imaginación, y les reveló su descubrimiento.
-La tierra es redonda como una naranja.
Úrsula perdió la paciencia. «Si has de volverte loco, vuélvete tú solo -gritó-. Pero no trates de
inculcar a los niños tus ideas de gitano.» José Arcadio Buendía, impasible, no se dejó amedrentar
por la desesperación de su mujer, que en un rapto de cólera le destrozó el astrolabio contra el
suelo. Construyó otro, reunió en el cuartito a los hombres del pueblo y les demostró, con teorías
que para todos resultaban incomprensibles, la posibilidad de regresar al punto de partida
navegando siempre hacia el Oriente. Toda la aldea estaba convencida de que José Arcadio
Buendía había perdido el juicio, cuando llegó Melquíades a poner las cosas en su punto. Exaltó en
público la inteligencia de aquel hombre que por pura especulación astronómica había construido
una teoría ya comprobada en la práctica, aunque desconocida hasta entonces en Macondo, y
como una prueba de su admiración le hizo un regalo que había de ejercer una influencia
terminante en el futuro de la aldea: un laboratorio de alquimia.

 

(pincha aquí si quieres leer toda la novela)

sábado, 3 de enero de 2009

El Principito

El mejor regalo para Reyes para todos los niños y niñas...

Capítulo 1 image
Cuando yo tenía seis años vi en un libro sobre la selva virgen que se
titulaba "Historias vividas", una magnífica lámina. Representaba una
serpiente boa que se tragaba a una fiera. Esta es la copia del dibujo.image
En el libro se afirmaba: "La serpiente boa se traga su presa entera, 
sin masticarla. Luego ya no puede moverse y duerme durante los
seis meses que dura su digestión".
Reflexioné mucho en ese momento sobre las aventuras de la jungla
y a mi vez logré trazar con un lápiz de colores mi primer dibujo. Mi
dibujo número 1 era de esta manera:image
Enseñé mi obra de arte a las personas mayores y les pregunté si mi
dibujo les daba miedo.
-¿por qué habría de asustar un sombrero? - me respondieron.
Mi dibujo no representaba un sombrero. Representaba una serpiente
boa que digiere un elefante. Dibujé entonces el interior de la
serpiente boa a fin de que las personas mayores pudieran
comprender. Siempre estas personas tienen necesidad de
explicaciones. Mi dibujo número 2 era así:
Las personas mayores me aconsejaron abandonar el dibujo de serpientes boas, ya fueran abiertas o cerradas, y
poner más interés en la geografía, la historia, el cálculo y la gramática. De esta manera a la edad de seis años
abandoné una magnífica carrera de pintor. Había quedado desilusionado por el fracaso de mis dibujos número 1
y número 2. Las personas mayores nunca pueden comprender algo por sí solas y es muy aburrido para los niños
tener que darles una y otra vez explicaciones.
Tuve, pues, que elegir otro oficio y aprendía pilotear aviones. He volado un poco por todo el mundo y la
geografía, en efecto, me ha servido de mucho; al primer vistazo podía distinguir perfectamente la China de
Arizona. Esto es muy útil, sobre todo si se pierde uno durante la noche.A lo largo de mi vida he tenido multitud de
contactos con multitud de gente seria. Viví mucho con personas mayores y las he conocido muy de cerca; pero
esto no ha mejorado demasiado mi opinión sobre ellas.
Cuando me he encontrado con alguien que me parecía un poco lúcido, lo he sometido a la experiencia de mi
dibujo número 1 que he conservado siempre. Quería saber si verdaderamente era un ser comprensivo. E
invariablemente me contestaban siempre: "Es un sombrero". Me abstenía de hablarles de la serpiente boa, de la
selva virgen y de las estrellas. Poniéndome a su altura, les hablaba del bridge, del golf, de política y de corbatas.
Y mi interlocutor se quedaba muy contento de conocer a un hombre tan razonable.