sábado, 7 de noviembre de 2009

Amar en los tiempos de cólera

Título muy famoso de Gabriel García Márquez. La primera vez que lo escuché me pareció que hablaba del amor en los tiempos de adolescencia, por ser éste período un estado de cólera semi constante…

Hoy estuve mirando las cosas que tenemos que recoger para hacer la mudanza, ésta es la enésima ya. Y siempre me pasa lo mismo, cuando llego a las libretas donde descargaba mis inquietudes, sueños y reflexiones en mi adolescencia. Siempre comienzo  las mudanzas  con un “hoy todo a la basura, paso de estar con todo este trasterío de mudanza en mudanza”, idea que se va en cuanto abro una de las libretas y releo aquellas historias que escribía mientras sentía a mi madre preparar la cena en la cocina de carbón en mi Macondo personal, ese pueblín del interior, surrealista y mágico donde pasé mi niñez y adolescencia. Me siento ridícula, y me río a la vez que me sonrojo, por lo mal redactadas que están las historias y las poesías, y  por las cosas que sentía. Pero ahí están y por mal expresado y escrito que esté, era lo que sentía y lo que me tocaba sufrir en aquellos años. La verdad es que nunca se me habría ocurrido publicar, ni enseñar ni leer estos escritos a nadie, pero hace unos años, después de este furor adolescente y antes de conocer a mi compañera Soraya, una amiga mía me dijo que era lesbiana de una manera muy particular. Ella ya sabía que yo era bollín pero no se atrevía a decirme que ella también. Un día en su casa nos quedamos hasta las tantas de la noche hablando. Y hablando y hablando me contó que tenía unas cartas que había escrito cuando tenía dieciséis años. Le pedí que me leyera alguna pero se negaba, se moría de la vergüenza, le juré que no me reiría y que no diría ni mu y entonces accedió. Las cartas iban dirigidas a una chica de la que estaba enamorada. Juro que en la primera carta, no me reí ni nada, en la segunda miré para otro lado  tapándome la cara para no echar la carcajada y en la tercera acabamos retorcidas a las cuatro de la mañana en el sofá llorando de la risa. A ella se le quitó la vergüenza en cuanto vio que yo había pasado por lo mismo y que no me reía de ella, sino de aquellos años de silencio y de tener que escribirlo todo en libretas secretas porque no te atrevías a contarle a nadie que te habías enamorado de una chica, le dije que se riera, que no íbamos a recuperar aquel tiempo y que lo mejor que podíamos hacer era reírnos y mirar hacia adelante. Por eso ahora me gustaría compartir este manuscrito con vosotr@s, para que os riais conmigo, para que recordéis vuestros amores de la adolescencia y para que no se os olviden nunca.

 

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Ocho libretas mas un montón de hojas sueltas. Eso es lo que ocupan mis escritos hasta que los ordenadores llegaron a  la biblioteca pública de Macondo y ya podía meterlos en disketes.

Éstas son dos hojas de libreta escaneadas, en ella cuento una historia. Una historia de amor adolescente, una historia iniciática sobre la literatura y sobre la vida….

Paso a transcribirla, ya sé que mi letra es horrible, ya no la entiendo casi ni yo…

La época es en la facultad con veinte años o quizás veintiuno, sé que fue antes de irme de Macondo.

Cuando escribí esto no existían los blogs ni el multimedia 2.0, pero si hubiera existido, este blog sería  ya kilométrico, habría vertido todos mis pensamientos y mis historias…en fin, seguirán en mis libretas  de cuadrícula y mis hojas sueltas.

“Conocí la poesía a la vez que me enamoraba por primera vez. De hecho me enamoré de mi profesora de literatura. Cuando leíamos a Antonio Machado me parecía que todas las poesías iban dirigidas a ella. Y cuando leíamos a Juan Ramón Jiménez yo cambiaba el sonoro nombre del amor del poeta: Zenobia, por el de mi profesora, más prosaico y menos… ocurrente: Mercedes.

No la conocía, pero absorbía sus palabras, me … (no entiendo esta palabra) en aquellas clases de literatura. Las metáforas, onomatopeyas, símiles… se me ocurrían ejemplos de todas las figuras literarias con sólo pensar en su pelo, en su sonrisa, en aquella mirada enfurecida a veces.

Imaginaba miles de situaciones por las que podía acercarme a ella y declararme. Pero la realidad siempre va mucho más deprisa que los sueños, cosa que aprendí muchos años después , cuando el rechazo es ya una costumbre para mí. Y es que, las poetas no están destinados en el mundo para ser (… otra palabra que no entiendo), solo para amar. Por ella, por Mercedes, me hice poetisa. Imité a Lorca, temblé ante la claridad de Cernuda, descubrí la sencillez del mundo de la mano de Neruda.. la metafísica de Borges y de W. Blake. La soledad de Herman Hesse…El saberme no entendida con Silvia Plath y Anne Sexton.

Ahora, todos mis amores me parecen cabos ridículos de aquellos ojos. Ella era mi musa y la correctora de mis poemas. Nunca supo que aquel torrente de palabras eran para ella. Pero supo de mi amor. A la vez que me di cuenta de que era un desastre escribiendo cartas de amor.

Y ahora ya pasó. Me hice mayor, pero no se me olvidaron las palabras de los y las grandes. Ella ya no está en mi vida. Tardé demasiado tiempo en olvidarme. Y es que el recuerdo impone créditos a muy largo plazo, difíciles de pagar.

Sigo leyendo y sigo escribiendo. Ya no pienso en ella. Sólo cuando me siento triste y vacía aparece su recuerdo. No sé por qué, pero llega y se instala en mi alma.”

1 comentario:

Inés dijo...

¿Sabrán las profesoras de literatura el riesgo que corren cuando eligen su profesión?. Porque todas, sin excepción, están diseñadas para volver locas de amor a sus adolescentes alumnas. Y todas, sin excepción, están condenadas a permanecer para siempre entre las lineas de desgarradores poemas escritos con suave letra redonda, en libretas que nos acompañarán durante todas las mudanzas de nuestra vida.
Yo también tengo libretas que me acompañan a cada nueva casa, yo también tuve mi profesora de literatura.
Me ha gustado mucho tu post.