viernes, 9 de marzo de 2012

La ciudad de sal. Capítulo 1

Éste es el primer capítulo del relato que tiene por título el nombre de este blog... está sin corregir, seguramente habrá que cambiar muchas cosas así que consideradlo un borrador ok???

Capítulo 1 “ El sueño”

Era una ciudad grande, con mucho mar. Las gaviotas se adentraban chillonas varios kilómetros tierra adentro, anunciando la proximidad del mar. El olor a salitre impregnaba las calles, abiertas y luminosas.

Los edificios eran antiguos, con techos muy altos y paredes cuya pintura aparecía desgastada. Hasta la luz se reflejaba de manera diferente, cuando el sol se colocaba sobre el mar. Resplandecía como si miles de soles alumbraran desde el fondo.

No vivía en aquella ciudad, pero acudía siempre que podía sobre todo en verano, cuando los bares cercanos a la playa se llenaban de turistas venidos de muchos lugares diferentes.

Los edificios olían a salitre y también la gente que arrastraba ese olor con ellos. Cuando viajaban al interior, se llevaban el olor con ellos. Sus ropas olían a sal y sus besos sabían a sal.

Pero todo esto desapareció, se desvaneció y en su lugar apareció el techo de una choza, y una mano fría posada en su frente.

- Tranquila, ha sido un sueño.-

La tranquilizadora voz de Débora y su mano invitándola a recostarse de nuevo, la relajaron. La tapó con una manta.

-¿Es el mismo?-

Suspiró como respuesta. Débora aventuró a decir algo que hacía tiempo ya pensaban las dos.

-Lo mejor es que fueras al Oráculo y le preguntaras.-

-¿Y abandonar el poblado?-

-Lo discutiremos mañana con calma, ahora intenta descansar un poco.-

A lo lejos se escuchaban los ladridos de un perro y con ellos, se durmieron.

Al día siguiente Luna se puso una sudadera y se ajustó el cinturón con el cuchillo. Débora la había dejado descansando y el sol ya estaba alto.

Hombres y mujeres se afanaban en los huertos protegidos por vallas de unos cinco metros. Cada veinte, un vigilante se apostaba en una torre, atentos, desde todas las torres al exterior, con unos prismáticos.

Se dirigió a la choza más grande, la cocina y al llegar Alan le entregó una taza con humeante “café” un líquido hecho a base de unas hierbas aromáticas. El auténtico café hacía mucho tiempo que se había terminado. No dijo nada, pero sus ayudantes hacían comentarios jocosos por lo tarde que se había levantado. Al pasar hacia el huerto, Luna les sacó la lengua.

Pero antes de llegar allí, subió a la torre general. Tony, el jefe de los soldados estaba sentado, fumando un cigarro, al verla comentó.

-Hoy está todo tranquilo. No esperamos ninguna partida de alimentos, ni viajeros ni nadie va a salir.-

-Bien.-

Sin decir nada más, Luna salió y se dirigió al huerto, no tenía guardia aquel día y quería echar una mano para recoger la cosecha. El huerto la relajaba. Allí estaba Débora dos hileras más allá, hablando con Aliana, que tenía un bebé sujeto a la espalda. Se fijó en la mirada que le dedicó al niño, hacía tiempo que se había dado cuenta de que Débora necesitaba algo más. Se centró en el sueño, pero solía olvidarse de casi todo al despertar. Sabía que aquellas imágenes respondían a una época pasada, cuando era estudiante y vivía con sus padres. Habían aprendido que los sueños repetitivos eran mensajes, tenían algún significado oculto, pero desentrañar su sentido era una tarea poco menos que imposible. No recordaba el nombre de aquella ciudad, la llamaba “la ciudad de sal”. O podría carecer de significado y ser simplemente añoranza. Añoranza por aquel mundo con problemas que ahora carecían de mayor importancia. De hecho, poco a poco todo el mundo se iba olvidando de aquella época. Solo se utilizaban las armas, gasolina y la poca ropa servible que encontraban. Con los años, todo lo demás se había quedado inutilizado, ordenadores, tiendas, edificios, aparatos eléctricos. Quedaron olvidados por aquellos supervivientes y destrozados por los zombis. La gente había huido de las ciudades y se adentraron en zonas llanas de fácil vigilancia, desiertos o mares, huían de los zombis que aunque salían de las ciudades en gran número, el grosor de aquella violencia se quedó destrozando todo lo posible. Además, más de uno tuvo que enfrentarse a la horrible visión de ver o sufrir cómo sus padres, hermanos o amigos se atacaban sin ningún sentido. Esto provocó que cualquier conexión con la época anterior a la llegada a Marte, fuera mínima en las mentes de los, como se denominaban a sí mismos, humanos.

La comunidad no tenía un nombre específico, era el poblado del Norte, por su posición relativa a otras. Había tres más que también se denominaban por los puntos cardinales donde se encontraban. Entre ellas practicaban pequeños intercambios de productos, armas e información y emprendían juntas pequeñas incursiones en los llanos, buscando munición y todo lo que pudieran aprovechar.

Sonó la sirena que anunciaba la hora de la comida. Poco a poco fueron abandonando los quehaceres y se acercaron a la cocina en busca de su ración. Detrás de ésta había un cobertizo que hacía las veces de comedor y de sala de reuniones para decidir cuestiones acerca del funcionamiento del poblado. El ambiente era tranquilo. Había 4 hileras alargadas y cada uno se sentaba donde quería. Los únicos que no comían eran los vigilantes y Luna que aún seguía en el huerto. No tenía hambre.

De repente, un pitido que provenía de su cinturón hizo que dejara lo que tenía en las manos y se dirigiera a la torre Sur, donde Tony agitaba su mano.

-Se acerca un coche.-

Una casi invisible hilera de humo se levantaba a unos 40 kilómetros. Hacía tiempo que no llovía y aquellas columnas que se formaban por el polvo de la carretera suponían una excelente alarma.

-Viene a gran velocidad y no lleva bandera.-

-Y va por el medio de la carretera como si fuera suya, seguro que es Adrian. Que cuatro soldados vengan conmigo.-

Fue corriendo en busca de su arco y sus flechas y salió del poblado. Allí los hombres ya le esperaban con sus armas.

El coche ya se veía a simple vista, desde la torre otros dos hombres apuntaban fijamente al vehículo.

El coche se paró a unos veinte metros, la puerta del conductor se abrió. Por un segundo todos tensaron sus armas y las bajaron al ver al conductor. Una vozarrona salió de aquel enorme hombre.

-¿Es esta la manera de recibir a un amigo? ¿Cargados de armas?-

La voz pertenecía a Adrian. Todo en él era grande, tenía unos brazos capaces de tumbar a un toro de un golpe, una gran barba y bigote, tapaban su rostro moreno, y un gran culo siempre visible por la parte superior del pantalón de cuero ajustado. Luna recogió su arco a la espalda.

-Vamos Adrian. Entra.-

El enorme hombre celebró con una carcajada la invitación. Volvió a meterse en el coche y al pasar al lado de la chica, le asestó un sonoro cachetazo en las nalgas bajo las protestas de ella y las risas de los soldados.

-¡Qué bruto eres¡

Tony le advirtió desde la torre que colocara una bandera en el coche, cualquier día lo matarían pensando que es un zombi y más con las pintas que llevaba.

Adrian no se molestó en contestar y entró en el comedor saludando ruidosamente a todo el mundo.

Adrian era un viajero. No vivía en ninguna de las comunas pero había contribuido a su formación. Él y Luna habían viajado juntos durante mucho tiempo antes de que hubiera lugares tranquilos. Para ella era como un padre enorme que le había enseñado a usar el arco y a conducir. Aquella visita le devolvió las ganas de comer y acompañó a su amigo en el comedor. Él viajaba de aquí para allá. Nunca se quedaba más de un mes en el mismo sitio y traía montones de noticias a aquel poblado que de un tiempo para acá solo entendían por cambios los ataques de los zombis.

-Más allá de Ciudad Zinc hay más comunas. Unas cuatro, aunque no estoy seguro. Tienen ganado y huertos como vosotros. Son gente amable y casi no tienen problemas con los zombis, parece que se han escondido en las ciudades y no quieren salir.-

-Hace tiempo que no hay ataques, aquí tampoco.-

Luna saboreaba un estofado de verduras, mientras también le contaba lo que había ocurrido en su ausencia ,aunque más bien hablaba él.

Los más cercanos escuchaban atentamente para luego contárselo a los demás. Adrian empezó a describir las cosas y materiales que había en las comunas. Roberto, uno de los administradores, comenzó a apuntar todo lo que decía Adrian, para ver qué podían intercambiar.

-El poblado más cercano está a unos treinta kilómetros al norte de Ciudad Zinc. -

En un viejo mapa de carreteras señaló el emplazamiento y el modo en que había llegado desde allí.

-El viaje no dura más de doce horas. -

En la sobremesa, el “café” y el tabaco, fabricado éste último de manera artesanal también, ocupaban las mesas, en su mayoría soldados y los administradores, los demás aprovechaban para irse a sus chozas para descansar, pronto volverían al huerto.

Al día siguiente celebrarían una reunión para votar si iban a visitar alguna de las nuevas comunidades o no.

Al anochecer, el interior de las chozas brillaba a la luz de las velas y de las chimeneas. Había luna llena. En la torre de mando, había un montón de tazas de café mientras escuchaban todo lo que Adrian había visto.

-Los zombis están cambiando. Hay menos ataques pero cuando se producen son masivos y los jefes incluso llegan a aventurar que están organizados por el modo de los ataques.

-¿Organizados?- Tony parecía un poco escéptico.- No encontrarían sus cabezas aunque estuvieran un día entero buscándosela, cómo se iban a organizar para un ataque.

-Pues algo ocurre, porque los campos están vacíos.

Luna sorbió de su taza.

-La verdad es que hace mucho tiempo que no atacan, ni siquiera a las caravanas.

Se hizo un silencio, nadie conseguí entender lo que ocurría. Débora y Aliana estaban en la sala. Aliana dormía al bebé. No le gustaba participar en aquellas conversaciones de soldados. Desde que había tenido al Luis se había alejado bastante de la lucha y de los combates. Hubo un tiempo en el que todo el mundo tuvo que luchar para sobrevivir pero si se producían ataques masivos tendrían que volver todos a las armas y aquello no le gustaba. Pero aportó una idea.

-Tienen que tener un guía o un líder.

-¿Alguien lo suficientemente fuerte para doblegarlos y que obedezcan sus órdenes?- Ahora era Adrian el escéptico.

Y Débora dijo lo que estaba en la mente de todos pero ninguno se atrevía a mencionar.

-Puede ser la Profecía.

Adrian bufó

-¡La profecía! ¡Un cuento para bobos!. No es tiempo de profecías ni de que el Oráculo se dedique a los cuentos chinos.

La historia de la profecía era más un mito, un rumor que se extendía por las comunas. Cuenta que entre los zombis nacería una especia de Príncipe Oscuro o algo así, mitad zombi, mitad humano capaz de doblegar a toda la Tierra, y que traería la desgracia, para los ya más que atribulados humanos. Hacía un par de años que se hablaba de esa historia pero los zombis no daban señales de cambiar su forma de existencia.

La cuestión no quedó aclarada y se fueron a descansar, cada uno con sus pensamientos.

Débora y Luna se dirigieron juntas a su choza mientras aún escuchaban la vozarrona de Adrian protestando por irse tan pronto a dormir y la risa de Freak que lo tenía por un auténtico héroe.

Lo último que escucharon fue una de las famosas frases lapidarias de Adrian:

-Muchacho, nunca te harás hombre hasta que no pases una noche en una ciudad, rodeado de zombis…

Le auguraron a Freak una noche de historias y aventuras, en su mayor parte exageradas para impresionarle.

Luna se rió.

-Algún día le contaré a Freak cómo pasó Adrian una noche en Ciudad Zinc, sin parar de sudar, saltando al menor ruido…

Las dos sonrieron.

Débora tenía la mente en otros asuntos ajenos a los zombis.

-Me gustaría tener un niño, a Aliana se le ve muy feliz y el niño es un encanto.

Luna sonrió.

-Sólo necesitas a un padre y a mí me encantaría tener un sobrinito. Pero no sé si es tiempo de tener niños. Si es cierto lo de la Profecía se avecinan tiempos difíciles… sobre todo para un niño.

Le cogió de la mano. Desde que había llegado a la comuna le había acogido en su choza, y había hecho de madre y amiga desde el principio. Ella le había inculcado el amor por el trabajo a la tierra y le enseñó a pensar en algo más que en muerte y en desolación. Le apretó la mano.

-Pero primero preocúpate de conseguir un padre.

Débora sonrió de nuevo. Hacía mucho tiempo que sabía quién podría ser el elegido para esa tarea.

Al día siguiente, al caer la tarde, celebraron un consejo con todos los habitantes de la comuna. Trataron cuestiones acerca del funcionamiento y la producción del huerto, su fuente de sustento más importante, de los ataques, mínimos por otra parte y al final Adrian habló de sus viajes, y de la posibilidad de visitar las nuevas comunas.

Luna estaba intranquila. Con el tiempo, los habitantes habían intentado reducir las salidas del poblado al intercambio de productos. No se preocupaban si se creaban nuevas comunas y el instinto de luchadora de Luna le indicaba que la comunicación entre las poblaciones aún en tiempos tranquilos, resultaba indispensable. Adrian no podía aguantar aquella vida de vigilancias y de cuidar el huerto y ella se había debatido durante mucho tiempo entre la necesidad de sentirse apegada a un lugar y a una seguridad y su vocación de luchadora nata, que le mandaba que se lanzara de nuevo a los caminos, a las noches de insomnio continuo, a la velocidad de la huida y a la lucha sin cuartel.

Sabía que aquel viaje podría resultar peligroso, pero también sabía que sus compañeros tenían una vida y sobre todo una familia a la que cuidar.

Muchos expusieron su punto de vista contrario a aquella exploración. Los argumentos eran que sus necesidades básicas estaban cubiertas y veían imprudente ponerse en peligro por el mero hecho de saber qué se estaba haciendo más allá de Ciudad Zinc, por muchos productos que pudieran intercambiar.

Freak se mostraba ansioso. Él sí quería ir, quería ver y quería luchar. Su juventud ya no recordaba las penurias y todas las matanzas que había vivido siendo niño, y menos su vida antes de la llegada a Marte.

El tiempo no pasaba de igual manera después de la llegada a Marte. El hecho de vivir al día, la posibilidad de morir en cualquier momento, creaba un olvido constante. En menos de una semana podrían ocurrir miles de cosas, como podía no suceder ninguna. Como Freak, todo el mundo había pasado por situaciones límite pero ya nadie las recordaba, solo sentían que tenían que proteger lo que en ese momento poseían, o como Luna, en volver a situaciones límites sin ser muy conscientes del peligro.

Tony se mostraba distante y silencioso. Tenía un carácter muy reservado y nunca solía participar en las decisiones, las acataba simplemente. Luna alguna vez se lo había reprochado. Él era el jefe de los soldados y ante ciertas situaciones de carácter defensivo tampoco hablaba. Tony no era un guerrero, era telépata y un gran estratega. En el turno de vigilancias se conectaba psíquicamente con los vigilantes de las torres. Veía lo que ellos veían. Aprendió a controlar su poder. Le costaba mucho, paradójicamente, relacionarse y comunicarse con los demás. Sus poderes le habían acostumbrado a simplemente escuchar y ahora que podía controlarlo y sólo se introducía en la mente de otros cuando era estrictamente necesario había perdido la capacidad para expresarse él mismo.

Pensaba en aquellos años antes de la llegada a Marte cuando no leía mentes. Había sido sacerdote y aquel día le había parecido la llegada del Apocalipsis.

Los días siguientes a aquella fatídica noche sufrió un shok nervioso. Vio cómo moría mucha gente y fue atacado también. Cerró su iglesia a cal y canto, preguntándoles a las estatuas de los santos y al Cristo Crucificado el porqué de todo aquello. Y así se lo encontró Adrian varias semanas después, desaliñado y hambriento. Cuando salió de la iglesia podría leer las mentes. Siempre pensó que había perdido demasiado en el cambio.

Nunca habló de su pasado, ni siquiera con Adrian que era el único que lo conocía. Acabó matando zombis para sobrevivir y se convirtió en un buen luchador por méritos propios.

Hicieron un descanso para cenar. Todas las conversaciones giraban el torno al mismo tema. Débora se sentó con Adrian con la intención de quedar luego para hablar de un asunto que no tenía nada que ver con todo lo que se había discutido, pero decidió posponerlo. Adrian estaba enzarzado en una de sus truculentas historias. Freak y unos cuantos chicos comían con él. Lo escuchaban con atención y se reían al unísono con aquellas descripciones tan demoledoras.

-En una de las comunas hay una chica con las tetas tan grandes que no puede tensar el arco, no le queda espacio entre las tetas y el brazo para estirar la cuerda.

Débora sonreía, estaba acostumbrada a oírle decir sandeces a una velocidad de vértigo. Adrian rodeó su cintura con aquel enorme brazo sin dejar de decir tonterías. De vez en cuando la miraba y le sonreía.

Luna observaba la escena sentada en otra mesa, mientras Alan devoraba a su lado la comida que él mismo había cocinado.

Al terminar, siguieron la discusión y se resolvió hacer una votación en la que se aprobó por mayoría emprender una expedición más allá de ciudad Zinc. Se pidieron voluntarios que se presentarían al día siguiente a Tony.

En la noche aún seguían las discusiones. Luna se puso contenta, por supuesto ella sería una de las voluntarias, siempre se prestaba a ello. Supuso que Freak enarbolaría su derecho a ir, tenía 17 años y Malik, su padre adoptivo no podría oponerse a ello.

Los preparativos duraron unos días. Debido sobre todo a la puesta a punto de los coches y de la camioneta donde llevarían raíces y plantas. Tenían que estar en condiciones, si los vehículos fallaban cerca de Ciudad Zinc estarían perdidos.

El convoy estaba formado por el coche de Adrian con el que viajaría Freak, por supuesto, abriendo camino. Luego la camioneta conducida por Cardigan, experto piloto que atraía cosas con las manos. Le acompañaría Fly un levitador capaz de elevarse a 30 metros de suelo. Y en otro coche Luna y Anne, una vidente. Ellas cerrarçian el cortejo de vehículos vigilando la retaguardia.

Las despedidas fueron breves, convinieron en no tardar más de una semana. Cargaron la camioneta y los coches iban llenos de flechas, armas de largo y corto alcance y unos pocos alimentos secos.

Débora obligó a Luna a prometerle que cuidaría de Adrian.

-Pero si es él quien cuida de nosotros.

-Pues esta vez, será tú quien lo haga.- No había hablado con él todavía pero no quería que pensara en cosas que lo distrajeran, a la vuelta tendrían tiempo para hablar.

Luna la abrazó y la besó, saludó de lejos a Alan que levantó desde la cocina la paleta y se metió en el coche.

Cuando encendió el motor, un suave cosquilleo la recorrió. Era la mezcla de sensaciones que siempre tenía cuando hacían una salida: miedo, desasosiego y una increíble ansia de aventura. Anne y ella se miraron en un gesto cómplice y soltó el freno.

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